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domingo, 10 de marzo de 2019

Héroes silenciosos reescriben una historia de esperanza

Víctimas sobrevivientes y familiares de aquellos que murieron a manos del terrorismo y la mafia en los 80 y 90, se reunieron para empezar a narrar una historia que siempre estuvo del lado de los victimarios. Cayó el edificio Mónaco y con este un mito. Ahora viene el momento de escuchar y no repetir esos días oscuros. Medellín abraza su historia.
El silencio dio paso a un estruendo ensordecedor. Eran las 11:54 a. m. del viernes 22 de febrero de 2019 cuando un estallido volvía a nublar la mente y los oídos de los habitantes de Medellín. De día, pero esta vez sin sorpresa, volvía a escucharse una detonación con gran destrucción en la capital antioqueña. Otro silencio y una nube de polvo que cobijaba el barrio Santa María de Los Ángeles en El Poblado, comuna 14.
La mirada impávida de un centenar de personas, algunos ojos aguados y una catarsis sin exteriorizar reflejaban, por primera vez, un dolor menos hiriente. El extinto edificio Mónaco, vivienda de Pablo Escobar Gaviria había sido derribado. El símbolo de aquel que fue victimario y desafió al Estado con sangre y fuego quedó reducido a ruinas.
Un acto con solemnidad para los familiares de los héroes que cayeron en la lucha contra el capo. Y es que algunos se resisten a considerarse hijos de víctimas, porque sienten que más allá de lo sucedido en días y noches aciagas de las décadas de los 80 y 90, lo que hicieron esas personas fue una lucha por la que Medellín, Colombia y el mundo los debe recordar. Héroes silenciosos.
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"Yo soy el hijo de un héroe y creo que acá en Colombia infortunadamente el término víctima lo han llevado simplemente a cómo te indemnizo, qué quieres que te dé. Mi papá no tenía valor. ¡Nunca jamás tendrá valor su vida! Su vida es de un valor incalculable y para nosotros los eventos simbólicos como estos son los que valen la pena, son la verdadera reparación", expresó Richard Franklin Cruz, hijo del comandante de la Policía Antioquia de 1989, coronel Valdemar Franklin Quintero, asesinado en agosto de ese año por orden de la mafia.
Mientras se disipaba la nube de polvo los presentes aplaudían. Quizá les había llegado el momento del verdadero reconocimiento. Muchos de ellos pasaron muchos años en el anonimato exorcizando el dolor que les dejó esa guerra sin compasión del narcoterrorismo contra la institucionalidad. Políticos, periodistas, jueces y sociedad civil fueron esos flancos directos e indirectos que acabaron los bombazos y las balas de los asesinos.
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"Es un símbolo muy significativo poner a las víctimas al mismo nivel del reflector que tiene la cultura mafiosa. Ojalá se inicie aquí un proceso de reflexión de toda la sociedad hacia adelante. Eso ya es trabajo de todos, pero yo confío que este símbolo sirva para abrirnos los ojos un poquito. La historia se ha contado muy a pedacitos y lo que más se ve en los reflectores es a los victimarios, me parece que es un acto necesario", aseguró Fidel Cano Gutiérrez, hijo de Guillermo Cano Isaza, director del periódico El Espectador, asesinado por denunciar los crímenes del cartel de Medellín en diciembre de 1986.
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Las muertes marcaron más de 46.000 tragedias familiares. Personas que se fueron en esa lucha incesante por la vida y la paz. A ellos iba dirigido el homenaje de Medellín abraza su historia, estrategia de la Alcaldía de la capital antioqueña que se emprendió para narrar lo sucesos oscuros, pero en voz de quienes lo padecieron y no de los que los perpetraron.
Este es el caso de quienes vivieron para contarlo. Dos exagentes de la Policía cargan en sus cuerpos las heridas de la violencia sin tregua que emprendió el cartel de Medellín contra sus integrantes. Rochi Montes Barrientos fue una de las personas afectadas durante una operación antisecuestro realizada en 1990. En la acción policial perdió el brazo derecho. Señales que dejan cicatrices profundas más allá de las físicas.
"Es una gran apuesta a canalizar las heridas que se llevan en el alma, no solo las víctimas directas, sino de los familiares nuestros, que también sufrieron con nosotros toda esa violencia, todos esos miedos, que significaba salir a la calle nosotros los policías, que ya significaba morir", narró la mujer.
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Caso similar el de Guillermo León Puerta Patiño, un integrante por 26 años de la Policía Nacional que le hacía una afrenta a la vida todos los días en la década de los 80 y 90. Hacía parte del cuerpo antiexplosivos de la Fuerza Pública, en esos momentos en los que en cualquier esquina de la ciudad podía estallar el horror y aparecer la muerte. Y así pasó cuando desactivando un artefacto fue detonado a control remoto y le quemó el 40 % del cuerpo con daños en el rostro, los ojos y las manos.
"Haber derribado el edificio Mónaco va a ser muy importante para las futuras generaciones para que vean que uno se entregó por la sociedad como policía. Que les quede el recuerdo de que uno cumplió el deber como lo mandaba la ley. Que la gente se dé cuenta que nosotros somos héroes silenciosos", aseveró el integrante de la policía.
Por: José Fernando Serna Osorio

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